jueves, 19 de agosto de 2010

El fuego narrativo de Fernando Cueto. Por Ricardo Ayllón

La novela en Chimbote es un género que había quedado rezagado. Comparándola con el caudal de poemarios y volúmenes de relatos publicados desde la década del 60, la novela se había metido en su caparazón y no quería salir por nada del mundo. Hasta los años 90, además de los consabidos libros de Arguedas y Thorndike sobre el boom de la pesca, las novelas chimbotanas apenas si podían contarse con los dedos de la mano. Agnus del pueblo de Fredy Loarte, Ciriaco, el último profeta de Julio Rodríguez Arellano o Aroma de Víctor Sagástegui, eran, entre otros, los pocos títulos posibles de enumerar y que, por su carácter de ignotos, a más de uno hasta le sonaban a invento.

Pero de pronto la novela perdió timidez y, sin el menor reparo, decidió tomarse la revancha y medirse de igual a igual con los otros géneros. Para poner las cosas en su sitio, aparecieron nuevos representantes de la narrativa larga chimbotana, como Miguel Rodríguez Liñán, Francisco Vásquez León y Fernando Cueto, quienes, junto a un par de narradores venidos de atrás o surgidos de pronto, empezaron a engrosar la lista de novelas.

Entre ellos, ha sido Cueto quien ha pisado el acelerador con mejor ánimo y, en menos de cuatro años, ha entregado tres novelas, dos de las cuales muestran un alucinante sabor local que ha logrado para esta tierra su propio DNI en la ciudadanía novelística nacional. Luego de Lancha varada y Llora corazón, sus libros más publicitados, en enero de 2009, y con el anticipo de un premio en un concurso nacional de novela política, apareció Días de fuego (Río Santa - San Marcos, 2009), libro que trae como característica principal su alejamiento del escenario chimbotano. Localizada plenamente en Lima, los hechos corresponden a los años en que la reciente guerra interna ingresó con fuerza en esta ciudad, poniéndola en estado de sitio; mientras que la trama se basa en las vicisitudes de Segundo Rentería, agente de la desaparecida Policía de Investigaciones del Perú (PIP).

Narrada de manera lineal pero con saltos cronológicos en los que se alternan el pasado y el presente, el personaje-narrador es el propio Rentería, quien, en tiempo pasado, recuerda su tránsito por la vida policial desde sus días en la Escuela de Subalternos hasta el momento en que se convierte en un lisiado debido a una acción terrorista; mientras que, en tiempo presente, nos remite a su nueva vida en estado de invalidez.

Sin los problemas de estructura mostrados en su primera novela, o de cierto abuso de retórica en la segunda, Cueto nos lleva esta vez por una serie de sucesos manejados con firmeza y sin excesos, apoyado además en un lenguaje natural y nada artificioso, lo cual permite una lectura fluida.

Más que política, Días de fuego puede catalogarse como una novela policial, pues de pronto, desde el momento en que Rentería ingresa en un grupo operativo de la PIP y se desencadenan los atentados y muertes contra sus compañeros de promoción (presentados en el primer capítulo), la historia adquiere un cariz diferente al que venía llevando (sentimental y pausado) debido a la necesidad del protagonista por desenredar la maraña de hechos que están detrás de tales muertes. De este modo, la novela logra hasta cierto punto constituirse en una especie de conciencia crítica de la sociedad peruana de los 80, a partir de las fracturas vivenciales padecidas por los ex compañeros de Rentería, cuya suerte se va transformando en tragedia.

Pero no solo ello, es también una manera diferente de interpretar el accionar de Sendero Luminoso, pues éste se ve representado en la novela solo por elementos jóvenes (contemporáneos a los agentes policiales) y, en su generalidad, por mujeres. Se trata sin duda de una mirada bastante particular dentro de la novelística urbana de la violencia, por lo que puede ser catalogado junto a libros como Generación cochebomba de Martín Roldán, Ciudad de los culpables de Rafael Inocente y, recientemente, Cadena perpetua de Harol Gastelú Palomino o El espanto enmudeció los sueños de Walter Lingán.

Ya la novela peruana nos había remitido a la violencia ocurrida en los andes peruanos, y ahora, le ha correspondido desplegarse alrededor de los sucesos en la urbe limeña. Días de fuego, en esta tarea, llega como una novela realista que debe leerse con atención, no solamente por el importante momento social que aborda y, en este sentido, su capacidad de hacernos reflexionar, sino también porque asegura el buen oficio narrativo de Fernando Cueto que, estoy seguro, seguirá entregando productos de similar calidad.

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