lunes, 12 de diciembre de 2011

Las respuestas del fanatismo. Por César Boyd Brenis. Publicado en el Diario La Industria de Chiclayo

Hace mucho tiempo que el Perú ya no es un país de mundiales de fútbol. Más bien, muy a su pesar, se ha convertido en un territorio de guerra deportiva, en donde el conflicto central está en los estadios y en donde la piedad es una palabra borrada del mapa (del mismo mapa que nos pertenece a todos).

Este ambiente bélico, instituido a gritos y en romance báquico, tiene como protagonista a un personaje ficcional, cuyo heroísmo es sobrevalorado por su propia conciencia, y cuyo estandarte lo identifica como fiel escudero de un club real-maravilloso. El protagonista es el fanático, un ser emocionalmente abstraído, un tenor de haylli militar, un compositor de su propia perdición.

No hay fanatismo sin enemigos, y no hay enemigos sin demarcaciones. Entonces, estos protagonistas se van creando fronteras cercadas por colores definitivos, por rondas urbano-belicosas, por armas blancas y del matiz de la muerte. Por mi parte, como fanático retirado y un observador pacifista, siempre me pregunté por qué ser hincha colinda con un extremismo religioso, fundamentalista y suicida. Todavía trato de buscar respuestas, aún cuando yo mismo he caído en la trampa del tumulto, que sin lugar a dudas, es la trampa más justificada de todas: “perdonen la tristeza”, diría Vallejo.

De esa forma, en todas las edades de la vida, pero especialmente en la adolescencia, casi todas las personas se aferran a una camiseta que les “devuelve una emoción”, pero que en el fondo, dicha emoción nunca fue devuelta, porque nunca se liberó de uno mismo, pues solamente dio una rotación en la única trayectoria conocida: la del propio pensamiento, donde se mantuvo acalorada en el cuerpo demencial. Así, en una tribuna abarrotada de cantarines bajos, no se mostraría nada más que individuos aislados y juntos a la vez, cantándole a un dios que no existe y a un cristo sin profecía ni promesa.

Por otro lado, de acuerdo con la frase “el fanatismo es la fantasía sexual más lograda”, tendremos que adjuntar que el tope de dicha fantasía es interminable, es un infinito arraigado, un crucero de amor que no llega a puerto. Así, el fanatismo tiene tormentas oscuras. Una de ellas es el odio a lo distinto, a lo que no comulga con su propia expresión de la realidad. Esto desencadena bien en la frase “El caos es el elemento del fanático”, ya que la reacción siempre será un constante desequilibrio, pues fundamenta y perpetúa la mal llevada rebeldía. Sin embargo, el caos —como el desparpajo de la mente— y el odio —como respuesta coherente con la desdicha— son dos efervescencias muy humanas que hay que saber educar y sobrellevar.

¿Por qué en los estadios la muerte es el límite? Existe una creencia casi inconsciente e impenetrable en un mundo enfermo, y es que el amor que todos los seres humanos queremos y deseamos se consigue con sangre, con la lucha concreta que alguien inventa en una mañana inspirada o alguien recoge de una sociedad terrible. Este amor paga su entrada, sube a la tribuna, canta por horas, celebra los goles, lanza las piedras y, cuando se vuelve a su casa, suspira, porque cree que hizo bien, cree que el amor se forma con sus propias manos, equivocada y desesperadamente.

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